Para mi, la palabra Amarilis estaba asociada a la impactante acuarela de Piet Mondrian, Amarilys roja en fondo azul o a el lamento amoroso de Caccini, Amarilli, mia bella, cuya melodía estremece a pesar de sus ingenuas palabras. Hasta que, atraída por este nombre tan evocador, el año pasado traje a casa, a La Casa Grande, dos plantas con los brotes completamente cerrados.
Ver como día a día iban despuntando y abriendo sus suaves alas de terciopelo fue una experiencia fascinante.
En su apogeo, la floración cuádruple es exultante y más cuando lo dos tallos coinciden en ella. Cuatro u ocho majestuosas trompetas de fuego que reclaman con orgullo nuestra atención.
Sin embargo, la danza que efectúa la Amarilis para florecer es un canto exquisito y estilizado a la vida. Los pétalos se van desplegando con gestos gráciles. La vemos extenderse poquito a poco, de forma sutil pero sin descanso. Elipses, fruncidos y arabescos. Textura satinada donde brillan, según la luz, infinitas chispas doradas. Dibujar ese proceso es, a veces, una carrera contra reloj. Mejor no acostarse sin terminar porque mañana habrá cambiado la postura. Amarilis, hermosa mía, la fuerza y la delicadeza, una buena compañía para empezar el año nuevo.
Elena Posa
las capullos del año pasado empiezan a despuntar |
¿es amiga o una rival? |
¿se puede comer? |
trabajando de noche |
Estas son dos de las acuarelas que realicé el año pasado |
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