En abril de 2004 durante las obras para habilitar habitaciones con terraza, los albañiles rompieron una de las tinajas antiguas tinajas de aceite que se hallaron en la casa semienterradas. Fue una época difícil, dolorosa. La fractura parecía irreparable. Durante un par de años busqué con tesón quien pudiera restaurarla. En vano. Incluso un día pensé en tirarla. Pero no lo hice. Me había resignado a que esta fuera la "ruina" de esta casa de principios del XVIII. Les decía a Beatriz y a Laura - No queda tan mal¿verdad?- mientras miraba los pedazos amontonados en una de las terrazas. Pero en mi fuero interno sentía un profunda vergüenza, o pena. O una mezcla de ambas.
Y cuando ya había aceptado que esto era así, que no tenía remedio, por azar, el año pasado, al cabo de cuatro años, alguien me dijo quién podía reparar la vasija. Al cabo de una semana la tinaja recompuesta se erguía de nuevo. En realidad yo sólo la había visto tumbada. Hace muchos años estuvo erguida pero enterrada. El valor de la tinaja estaba en su utilidad, conservar el aceite. Ahora, en su grandeza, con su porte imponente, simplemente sirve para regalo de nuestros ojos y de mi corazón. Como de costumbre, las cosas no suceden por casualidad sino en su y en nuestro momento.
Quiero acompañar esta pequeña historia con un hermoso cuento de Las mil y una noches: